Enamorado de Satanás
Fui
evangélico pentecostal hasta mis 16 años. Crecí rodeado de rituales de
adoración y escuché desde niño predicaciones intensas que condenaban
constantemente deseos y practicas placenteras. La concupiscencia es una de las
palabras que más recuerdo de las predicaciones. Era lo que debíamos evitar ante
todo. La concupiscencia se supone como el germen de nuestros deseos, el origen
de todo pecado, el motor de nuestros desbordes de placer. Hubo un tiempo que yo
también prediqué. Era de los niños que se sabía todos los pecados, todos los
mandamientos, todo lo que se suponía que para Jehová era malo. Los domingos
íbamos en grupo a predicar a las calles. Varias veces me pasaron el megáfono
para gritar supuestamente inspirado por el Espíritu Santo. Sin embargo, a pesar
de todo mi desplante espiritual, tenían que ungirme cada cierto tiempo. Algo no
estaba bien en mí. Me hacían ayunar, orar, leer ciertos versículos de la biblia
y frente a toda la congregación de la iglesia le pedían a Dios que quitara los
demonios que hospedaban mi corazón. Yo también lo pedía en mis oraciones. Pero
pasaron los días y los demonios nunca se fueron. Dejé de creer en Dios y la
concupiscencia en mí se convirtió en mi motor de existencia.
Hace
un par de noches le relaté a un cliente esa niñez cristiana. Él quería que se
la contara. Sabia de mí por Facebook y le llamaba la atención un tatuaje que
tengo en mi brazo izquierdo, el Sello de Lucifer. Nos juntamos en un motel.
Tenía un bolso con varillas en su interior. Me dijo que tenía que “castigarlo”.
Debía darle varillazos, escupirlo y mearlo al final del rito. “Porque esto para
mí es un ritual, Camilo. Siento que estoy más cerca de Satanás cuando me
castigan”. Entonces entendí su fantasía en ese instante.
Se
puso en cuatro patas en el suelo. La varilla lo marcaba de inmediato. No se
quejaba y cada cierto rato pedía que fuera más fuerte. Cada varillazo
funcionaba como un escalón menos al infierno. Después se recostó sobre la cama,
mirando el cielo. Tenía que escupirlo a la cara y masturbarlo. Mientras, me
contaba que tuvo que huir de su casa. Abandonó a su esposa e hijos porque lo
querían encerrar en un manicomio. “Dicen que estoy loco, Camilo. Pero para mí
Lucifer es mi salvador porque no me condena por desear estas cosas”. La rareza
de mis clientes solo puedo sentirlas como nutrientes para mi vida. No había una
pauta que definiera ficción y realidad. Me dijo que el infierno es el verdadero
paraíso y estoy de acuerdo. Estuvo a punto de eyacular, pero quiso resistirlo y
me pidió que lo meara. Se arrodilló a mis pies y dijo palabras en un idioma
extraño. Abrió la boca y le envié el chorro directo a su garganta. No escupió
ni una gota de orina. Tragaba como si la sed más angustiante lo invadiera de un
momento a otro.
Sabía
varias cosas de mí y estaba dispuesto a seguir solicitando mis servicios. Me
agradeció varias veces y me abrazó con mucha fuerza al momento de despedirnos.
Cuando salimos del motel dejó de sonreírme y siguió su camino como si nada
hubiera pasado. De pronto me pareció tan lógico que alguien fanático de Dios
pudiera enamorarse de Satanás. No es tan distinto a tener una vida heterosexual
y de pronto abandonarla por fantasías homo-eróticas. Como ser un niño
predicador y luego convertirte en un prostituto ateo.
"Diario de un Puto" The Clinic 2015
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