El cornete público de Jaime Parada
¿Por qué no podría ser el aborto una demanda importante para
la política sexual contemporánea? ¿Por qué la prostitución sólo se consume pero
no se discute en la política de la diversidad sexual? ¿Cuál es la supuesta
liberación sexual en una diversidad sexual que se preocupa de hablar el mismo
idioma que la clase dominante? ¿Dónde están los gays y las lesbianas tomándose
las calles, viviendo una vida de barrio? ¿Por qué la burguesía gay se ha
reapropiado del movimiento político sexual que en sus inicios fue contestatario
y crítico con el sistema?
Movilh, Iguales y, recientemente, Sin Odio son la triada
sagrada de este “movimiento homosexual” cada vez más heterosexual. Siempre
hombres. Rolando Jiménez, Jaime Parada y Pablo Simonetti (o Luis Larraín) son
los rostros visibles del “bloque rosa pastel”. Googlearlos no cuesta nada para
darse cuenta de sus posicionamientos políticos: todos ellos militan desde la
vereda oficialista. Cada uno de ellos nos quiere acallar. Reducen, de igual
modo, la disidencia sexual a un “montoncito de raros engrupidos que no aportan
con sus teorías inentendibles”. Como si el aborto fuera hablado en idiomas
extraterrestres, como si la prostitución fuera un fenómeno postmoderno, como si
la emancipación feminista fuera una locura. Como si el movimiento homosexual no
le debiera nada al feminismo, como si fueran políticas distintas.
Lo políticamente correcto es tratar a la diversidad sexual
como una verdad irrefutable. Basta con que se identifiquen como homosexuales
para merecerse todo el respeto del mundo. Pareciera que lo gay fuera una
condición limpia de todo pecado: no hay
pedofilia, no hay violaciones, no hay comercio sexual, no hay homicidas, no hay
terroristas. Y como no hay fracturas humanas entre los multicolor, cada
crítica política que se les haga es un “ataque homofóbico y antojadizo” ¿No se
puede decir nada contra ellos? ¿No se puede criticar a quienes generan una
política masculina donde se ofrecen “combos”?. Así nos sucede cada vez que
desde nuestro ojo disidente articulamos opiniones críticas. Emocionalizan las
respuestas y hasta las personalizan como si esto se tratara de un simple
palabreo travesti. Así me pasó con dos de esa triada sagrada y quisiera
referirme a uno en particular: Jaime Parada y su “cornete” público.
Bastó que yo, un puto feminista, hiciera una crítica en un programa de la
televisión chilena en contra del
elitismo de los dirigentes de la diversidad sexual para que el fundador de Sin
Odio respondiera, vía twitter, un 21 de Marzo, de esa forma tan mediocre y
patética donde un gay progresista ofrece combos a un puto disidente: sus
emociones hirvieron, la rabia se le cruzó y tropezó con sus propios pies
prepotentes. Jaime Parada, concejal en Providencia y fundador de la
fundación-empresa o pyme “Sin Odio”, no dudó en tuitear, entre otras pataletas,
que si me tuviera enfrente suyo “le
borro la cara de un cornete ;)”. Luego hubo una seguidillas de comentarios
avivando el odio del concejal gay y otros suyos menospreciándonos. O sea, el
“cornete” de Parada no sólo iba dirigido a mí, sino que políticamente, al lugar
donde me posiciono: ”ya he debatido con
los queers y me aburren (…) Nada bueno, nada nuevo. Pura retórica” ¿Qué fue lo que incendió realmente al tierno
Harvey Milk tercermundista? ¿Por qué un concejal de la diversidad sexual le
ofrece golpes a un prostituto? ¿Qué pensaba el fundador de Sin Odio al momento
de promover su odio a través de una red social globalmente masiva y pública?
¿Realmente estamos poniéndole atención a la clase de dirigentes que está
“construyendo un nuevo Chile”? ¿Puede pasarse por alto tal reacción matonesca
de parte de uno de los rostros de la triada rosa pastel? ¿Y sus campañas antidiscriminación?
¿Se puede tolerar esa expresión de violencia en alguien que defiende políticas
no-violentas y que ganan status político hablando de ser víctimas de la
discriminación? ¿Y ese discurso pacifista que los identifica? ¿Cuál es el
criterio de estos dirigentes si son capaces de publicar esa misma violencia que
intentan erradicar?
Yo no le tengo miedo al “cornete” de Jaime Parada. Nno le
tenemos miedo a sus arranques de macho golpeador. Los machos nos dan risa y un
poco de nauseas. Esos mismos hombrecitos que golpean mujeres que se atreven a
contradecir están ahora también dirigiendo el destino político de la
homosexualidad chilena. No es por sonar grave, pero no me parece reducible una
violenta declaración de alguien que milita en esferas de poder. Pareciera que
la violencia está totalmente justificada cuando se pronuncia desde las cúpulas.
Si un subalterno se decidiera a ofrecer “cornetes” a uno de estos dirigentes,
la queja por homofobia de su parte sería inmediatamente atendida por los medios
de comunicación.
Aún recuerdo el odio en las palabras de Rolando Jiménez al
referirse a compañeras feministas cuir y a activistas disidentes, por nuestra forma
de hablar, de pensar, de hacer política que
se ha atrevido a interrumpir de forma contestataria la marcha-carnaval
organizada por los movimientos gays que se creen blancos. Como si todo esto se
tratara de pataletas y berrinches personalistas, como si no vieran lo político,
como si sólo ellos tuvieran la verdad para hacer política sexual en este Chile
actual, porque el único modo de habla política es esa llorona y victimianzante
que han aprendido muy bien de los países del norte del mundo.
La despolitización del movimiento homosexual, su extraña
alianza con la derecha chilena y su sonrisa cómplice con el poder dominante nos
ha perecido y nos seguirá pareciendo bastante sospechosa. Creemos en la crítica
y en la politicidad de evidenciar los antagonismos sociales. La diversidad sexual
se ha acomodado en su articulación conservadora y neoliberal. En la disidencia
sexual la incomodidad nos parece una postura política importante para estar
siempre atentxs a las jugadas seductoras de este sistema normalizante, que
absorbe todo. Entendemos que todo esto es algo político y no personal. Criticar
la diversidad sexual no es un antojo, es un intento reflexivo, un modo de decir
basta, un cansancio a un modo hegemónico de hacer política.. Queremos
post-porno, mapuche gays orgullosos de su historia, lesbianas feministas que
luchan a favor de las mujeres que no quieren ser madres, queremos madres que no
refuercen la masculinidad en sus hijos, queremos políticas sexuales donde sea
posible imaginar que las travestis pueden ser profesores de universidades
públicas.
La diversidad sexual quiere representar un gran número de
personas no heterosexuales que jamás tendrán la realidad burguesa de sus
dirigentes. Muchos homosexuales pobres
intentan estudiar y se endeudan como la mayoría de los estudiantes de este país,
sin embargo, los rostros de la diversidad sólo ven como prioritario que se
puedan casar. En la disidencia sexual no estamos en contra del matrimonio
homosexual; estamos en contra de la institución del matrimonio y la familia,
independientemente de la sexualidad de quienes lo deseen. Queremos política
sexual que no se dedique sólo a defenderse de voces de políticos conservadores
que defienden los valores de cristianos. No estamos haciendo campaña para
evitar la legalización de uniones entre parejas del mismo sexo, sino
mostrándoles que los homosexuales también tenemos problemas económicos, que
estamos cruzados por la clase. Que ellos se quieren casar y los homosexuales no
tenemos dónde vivir. Todo discurso conservador articulado desde la clase
dominante sólo favorece a esa clase dominante: tienen el dinero para pagar lo
que se les antoje. Pero nosotrxs, la clase dominada, apenas tenemos para
comprarnos el vestido de novia, ni siquiera tenemos el dinero para un taller
drag. Es una cuestión de hegemonías y legitimación. Ellos, los multicolor,
insisten en reafirmar la prioridad y la
legitimidad de sus demandas como las únicas demandas urgentes de la gran masa
de los no-heterosexuales: más importa
que puedan legalizar su amor a que cientos de mujeres pobres sigan muriendo por
abortos mal hechos y que jóvenes se endeuden hasta la muerte por estudiar algo
que no les asegura una calidad de vida. ¿Estamos siendo antojadizos desde la
Disidencia al criticar constantemente a la Diversidad? ¿Es acaso un ataque
homofóbico decir que no nos importa casarnos mientras no podamos abortar y
estudiar gratis? ¿Podemos seguir validando los “cornetes” públicos de estos
dirigentes lamebotas cada vez que una opinión distinta interrumpe la hegemonía
de sus discursos conservadores?
Jaime Parada ha aprendido bastante bien de Rolando Jiménez.
No es una situación puntual lo que quiero señalar acá. A pesar del “cornete”
del concejal gay para borrarme la cara de prostituto disidente, me continúa
preocupando aún más que no son hechos aislados todas estas reacciones
matonescas de quienes representan la banderita arcoíris. Me tratan de
“ignorante resentido” y les da lo mismo que la educación siga siendo para unos
pocos. Yo, al menos, por muy ignorante y
resentido que pueda ser, no le ando ofreciendo “cornetes” a través de twitter a
nadie que piense distinto a mí, menos podría hacerlo si ha sido elegido
democráticamente para velar por la seguridad de las personas no heterosexuales.
Insisto: no podemos pasar por alto las irresponsabilidades de dirigentes que se
enriquecen a costa de su supuesta labor democrática.
Pareciera que un antagonismo de clases comienza a
evidenciarse entre la diversidad sexual y la disidencia sexual. Porque mientras
ese conglomerado de banderita arcoíris sigue reafirmándose gracias a la
burguesía homosexual, la disidencia sexual va tomando cada vez más una notoria
complicidad con los feminismos radicales y el anarquismo. Mientras la
diversidad sexual se articula condescendientemente con el oficialismo a través
de demandas “conservadoras y neoliberales”, la disidencia sexual pone ojo
crítico sobre demandas acalladas y supuestamente peligrosas. La diversidad se
arrodilla para ser incluida en la normativa heterosexual; la disidencia
feminista, en cambio, por no arrodillarse es cada vez más excluida como una
corriente postmoderna inútil, antojadiza y peligrosa. No queremos dejar de ser
peligrosxs. La inclusión no nos interesa si se trata de normalizarse. Pero lo
“inútil y antojadizo” sólo nos parece una descripción facilista que desde la
diversidad pronuncian sobre nosotrxs para, fascistamente, deslegitimar y
acallar nuestra forma de hacer (micro)política.
¿Por qué? Fácil: los dirigentes de ese conglomerado
multicolor son fieles empleados del mismo sistema que alguna vez los trató de
enfermos, pero que hoy se revaloran debido a su nueva cara inofensiva, blanca y
cristiana, una cara que no parece extraña, con un look que lo hace pasar por
hetero, con una performance donde nunca el gay habla de su sexualidad y donde
siempre son hombres, a veces (o casi siempre) muy masculinos, funcionando como
ejemplares cómplices de esa represiva normalización. Siempre verán como una
amenaza toda emancipación sexual que intente cuestionar los valores
tradicionales de una sociedad cristiana neoliberal: la familia y el “amor
lícito”; el hacer una familia, el pensar en tener hijos y no ir a marchar.
Una desconstrucción siempre es la mejor alternativa para cuando las cosas comienzan a "funcionar bien". Sobre todo tratándose de acomodamientos políticos y sociales que tienen a naturalizar conductas.
ResponderEliminarPoder entrever allí al "mercado" como normativizador de conductas obliga a repensar posturas propias y ajenas frente a una demanda justa de verdadera integración.
Pero ese proceso necesita de mentes claras y espabiladas, cosa que no abunda en estos días y que es un gusto encontrar aquí.
Más allá de la declaración de principios que haces de la disidencia sexual, puntos que uno pueda estar de acuerdo o no, gestos como los de Parada confirman que el asimilar y abanderarse por cierta clase de progresismo marketero rinde ciertos réditos personales.
ResponderEliminarLa diversidad sexual es tan compleja que, difícilmente un puñado de leyes o reglamentos decretados por los honorables pueda adoctrinar y enmarcar el comportamiento de las personas. Muchos dirigentes tienen sus incentivos para avalar con sus discursos y acciones a nuestro tan querido y adorable sistema.