La Cony




Es una de las pocas transformistas que me gusta. Me cautivó cuando la conocí en Naxos, una noche cualquiera, firme y bella denunciando al público las injusticias laborales con el elenco de dicha disco, sin importarle lo que arriesgaba frente a  sus  jefes. Me gustó aún más cuando su rutina era un ácido monologo que se burlaba sin respeto del reciente electo  Sebastian Piñera. Luego pasó el tiempo y reafirmé mi admiración con la única transformista del siutico "ambiente gay" que era capaz de politizar a su modo el escenario.
Cony Dacardill fue una de las pocas transformistas -por no decir la única- del siutico "ambiente gay" que valoró mi puta aparición en la tv, sin caer en la ridícula expresión "eres denigrante para la comunidad gay" muy usada por esos días.
Cuando supe que estaba grave, que ya era extremadamente indigno su padecimiento, preferí desear que muriera pronto. No soy una persona con mucha fe. No creo en Dios ni en un paraíso posmortem. Creo, más bien, en el derecho por una vida digna y placentera. No sobrevalorizo la vida como acostumbra la gente cristiana. Muchxs prefieren llorar a sus enfermos, empecinadxs en mantenerlos vivxs a pesar de su padecimiento que nadie quisiera experimentar. Sobrevivir para sufrirlo todo no es digno para ninguna persona. Me parece un egoísmo aberrante desear la sobrevivencia en alguien que apenas pueda respirar de forma artificial. Para mí –y me consta que para muchxs- la muerte, cuando ya la vida es indigna y dolorosa, es un gran alivio.  
Creo que la memoria, ese archivo digital, comienza a tomar mucha importancia en este momento. Cony encantó en la televisión y, hasta un poco antes de morir, estuvo acompañando a la grandiosa Botota. Llorarla es legítimo, sufrir su ausencia para quienes la tuvieron cerca debe ser inevitable, sin embargo, para quienes estuvimos desde la pista de baile aplaudiendo sus apariciones, la red cibersocial será un buen espacio para hacer de esta incisiva transformista una leyenda que sin duda ya es. Bienvenida, Cony.

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