Grasas trans



Desde niño, al menos en el colegio, me mantuve rodeado de amiguitos gordos. Las chicas y los gordos eran mis cercanos. Quizás me sentía protegido bajo esa amistad enorme y cálida. Quizás con los gordos compartía algo muy clave al momento de generar lazos: las burlas del resto del colegio. Entonces comencé a sentirme cómodo en medio de amistades con mucha hambre de venganza, ya que no sólo eran gordos, sino que también rencorosos y manipuladores. Era los gordos odiosos del colegio. Recuerdo que yo les convidaba de mi colación a cambio de esa protección que sólo ellos podían darme en medio de piedrazos y zancadillas durante el recreo. Me enseñaban cómo molestar al resto y devolverles hasta la última piedra. Los guatones fueron mis aliados hasta el momento que me encontré con uno tan afeminado como yo, rubio y mateo. Iba en sexto básico y Patricio era por primera vez el gordo más desagradable que había conocido. Su cara redonda y blanca, de cachetes rosados y un cabello ondulado muy rubio me parecían completamente odiables luego de descubrir su excesiva competitividad conmigo y el resto de mis compañeras. Me encargué de masculinizarme lo que más pude para dejarle sólo a él ese lugar “vergonzoso” y detestable del mariconcito de la clase. Tuve mi primera polola (la Nancy, una niña sin padres que vivía en una especie de orfanato cercano al colegio) y junto a ella me encargué de hacerle las mañanas imposibles el guatón rucio que tan bien le iba en matemáticas. Le ensuciábamos su impecable uniforme y le robábamos la colación. Una vez le pegué una cachetada y sin dudarlo me gritó “mariquita”, porque los hombres pegan combos. El Patricio era como lo son (para mí) los Osos dentro del mundillo gay. Los gordos gay son esa odiosidad rubia y compuesta. Quizás él también es un oso hoy y vive en un lindo departamento en Stgo Centro. Quizás va a todas esas fiestas de osos en Fausto y se ríe de los más afeminados. Los gordos se volvieron desagradables para mí cuando comencé a descubrir esa manada de maricones con sobre peso en arribismo y estupidez. La paradoja de los discriminados discriminadores. Un gueto que se articula bajo los mismos patrones de quienes han generado violencia hacia ellos, por ser grasientos, por no mantenerse “bellos”.
Estuve a punto de volverme un grasofóbico. Ya no me protegían y se dedicaban a molestarme junto al resto. Durante la educación media varios obesos fueron protagonistas de las burlas más crueles que alguna vez recibí. Estuve a punto de asumirme anoréxico para dar paso a mi grasofobia, pero surgieron nuevas grasas a mi alrededor. Fue el tiempo en que conocí a Kako, su cuasitravestismo periférico y esa choreza como gordo asumido y colizón. Entonces así continué conociendo chicas gordas que sonreían al comer sin culpa y contaban sus anécdotas sexuales con tanto desenredo. Entonces luego conocí a Roger y así me vi cercano a ese mundillo gay con sobrepeso que tan equívocamente se ha establecido. El Kako y el Roger son los osos disidentes –así los he nombrado yo-, porque si bien suelen participar de fiestas donde se llene de grasita y gente grasofílica, se mantienen en constante critica frente a esa manada tan aspiracional y glotona de estatus. Un oso es un gordo siútico, arrogante y machista. Un oso es lo mismo que el camionero misógino que sólo come y quiere más y más. Mis osos disidentes no luchan patéticamente por dejar de estar gordos, pero se asumen choras, amujeradas (lo que más odian los guatones gay), sucias y groseras. En vez de comerse todo el sushi del sushi-bar, se comen 10 completos por 3mil 300 pesos. No elijen la mercadería atentas a si posee o no grasas trans. Mis osos disidentes quieren esa grasa trans y la sacan a relucir vulgar y truculentamente cuando lo desean. No están ni ahí con ser el gordito simpático ni el obeso traumado. Se enamoran tanto y más que cualquier oso domesticado. Si no fuera por esa grasa trans que huelo en sus pliegues, la manada osuna me parecería mucho más detestable; pero, por suerte, estos guatones periféricos –y no me refiero a periferia como lugar- están para ensuciar esa higiénica forma de engordar que se ha impuesto el nuevo grupo de homosexuales decentes.
El guatón Patricio y todos esos ositos bien comportados elijen cuidadosamente su comida, siempre le han temido a las grasas trans.


Comentarios

  1. Jajajjajaa. Como es que no llegué a tu blog antes.
    También soy un guaton gay u oso disidente. No me molesta en nada la loca que camina contorneandose y no me siento identificado con el ambiente "osuno" local. En resumen: me reí y me enoje con tu texto porque tengo un tema de amor y odio con las grasas trans.

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