La marcha de las Putas

Recibir un papelito con una invitación impresa a La Marcha de las Putas. Entusiasmarme de inmediato y comprometerme con la chica que reparte el papelito en asistir. Conversarlo con mis amigas, organizarnos para ir todas bonitas y muy putas y ojalá ser las más putas entre tantas ese día. La micro en dirección al centro (porque es una marcha como tantas otras convocadas en lugares céntricos de la ciudad) con los chicos del fondo piropeándonos por nuestra pinta, tan ligeras de alma, tan voladitas sonriendo al oírles esa vulgar forma de expresar sus ganas. Y nos bajamos ahí mismo, viendo un gran número de gente tan reconocible dentro de una marcha para Putas. Mucho rímel, labial, mucho escote, encaje y tacos aguja. Harta letra sobre cartón. Harto gritito de burdel guerrillero. Y los carabineros de chile custodiando nuestra belleza desgarrada sobre la vía pública. Mis amigas y yo comenzamos a borrarnos la sonrisa de entusiasmo. Quisimos permanecer. Nos sentimos por mucho rato las putas más putas, así lo queríamos, pero éramos realmente las más putas y hasta las únicas putas. Quisimos permanecer y resistir. Quizás esta marcha iba a sorprendernos y quizás en discurso nos iba a conquistar un poquito si quiera. Pero luego de arrancar de carabineros con sus jueguitos de agua toxica y humito asfixiante, nos internamos en un rincón de la ciudad para limpiarnos la cara de tanto llanto forzado por gases autoritarios. Chupando unos limones, lengüeteándoles el centro hasta la ultima gota que nos refrescara y comenzamos a mirarnos todas. Ya ni sonrisa ni nada nos quedaba de la marcha esa. La Marcha de las Putas. Una mierda, dijo una amiga. Lo peor que pudimos haber resistido, dijo otra. Yo solo guardé silencio, un silencio molesto y me regresé a mi casa en la periferia para reflexionar sobre lo sucedido entre tanta cabra under, hippienta, un tanto punk, algo intelectualoide. Si bien es cierto que asumirse como puta sin ser puta, en estricto rigor, es hermoso, no me pareció para nada convincente el discurso que reunió tal marcha. La Puta, antes que todo, es un discurso subversivo y contrasexual. No existe la mujer ni el hombre cuando se habla de la Puta. Porque ser Puta no tiene que ver con el género. El puto no existe. Y tal feminización del discurso tampoco tiene que ver sólo con homosexualidad. Hubo pocas putas que sí me agradó ver en la marcha. Ni una era puta según lo comúnmente conocido. O quizás más de alguna debió haber cobrado alguna vez en su vida por sexo. Pero la marcha no invitaba a reunir trabajadoras sexuales. Había una confusión de discursos, carteles que no coincidían con otros. “Es una falta de respeto para nosotras como mujeres que nos digan putas”, oí de repente y quise esfumarme de inmediato. Ya sólo bastó arrancar de los señores carabineros para ver con más calma, de lejos esa “marcha de mierda”, como dijo mi amiga. Y no hubo ni una Puta levantando su puño o cartel como mis amigas y yo lo esperamos en su principio. Yo no digo que haya que cobrar por sexo para poder asumirse puta y resistir subversivamente, pero mínimo se espera que haya una disociación genérico-sexual en el discurso y que al asumirse puta, se asuma una(s) conducta(s) que le de peso practico a tanta teoría que manosea la figura de La Prostituta. Porque eso es en origen: la prostituta, personaje histórico y controversial, lo que se quiere reivindicar no solo en ámbitos laborales, si no que también político. No basta con pintarse la cara como mujerzuela para una marcha y vestir provocadoramente para esa misma marcha y decir con orgullo plastificado “soy puta y qué!”; es más que ser fanático de esa figura literaria tan hermosa como las rameras, es más que acostarse con varias personas en una semana y no sentir culpa. Es un compromiso contracultural, donde claramente-y esto lo digo con propiedad y muy convencida- la Puta (esa que cobra por sexo) debe ir a la vanguardia de toda marcha con tal nombre, la musa inspiradora para tanta cabrita calentona y revolucionaria. Es una cuestión compleja pero enriquecedora reconocerse puta y tomarles la mano a esas trabajadoras sexuales para marchar bajo el mismo estandarte. Asique terminamos por imaginar mis amigas y yo una marcha de las putas donde la encabecen putas que hayan cobrado por sexo y putas que no les interese definir sus gustos promiscuos por penes o vaginas o anos o una mezcla de todos. Comenzamos a volar juntas entre ideas para una próxima marcha, reinventar los mecanismos de protesta quizás y reivindicar lo grotesco de esa feminidad como arma de subversión. Quizás es un sueño. Una sobre exageración creer que La Marcha de las Putas pueda llegar a ser un movimiento contrasexual donde las trabajadoras sexuales de todo los géneros posibles marchen de la mano con otras putas y un discurso realmente subversivo logre resistir ante ese jueguito de aguas toxicas y gases asfixiantes de los carabineros, y no correr porque de tanto escandalo entre putas de plástico con discursillos under, pseudopunk e intelectualoides no se logre convencer a quienes sí queremos resistir como putas. La Mujer no tiene cabida en esta marcha. La Puta es posfeminista antes que todo y no quiere luchar por respeto ni inclusión, menos por derechos otorgados por un gobierno ni que se le deje de tratar como tal sólo por ser “distintas”. La puta quiere verterse en las calles, en la academia, en las salas de juego, en cada disco o bar sólo porque siente que puede hacer lo que desee y dónde lo desee. Fluir tan libre como todo fluido debería fluir y nada más.

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